La calle iluminada y vacía,
ante mí,
y mis pasos sobre ella,
cada vez,
un millón de veces:
un rastro que permanece.
La calle mutante e igual,
centinela de los tiempos
y las generaciones humanas,
convertidas en meros parpadeos:
fugacidad;
y el terror del tiempo
y su corrosión,
sobre las piedras.
La calle fría y taciturna,
y sobre cada adoquín,
una impronta arrebatada
a cada espíritu que pasa.
La calle en blanco y negro,
y yo enfrentándola,
mirando el aire,
murmurando:
Yo, oh Inabarcable,
te reto.
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